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jueves, 16 de julio de 2009

La ausencia del ego...


“El Libro Tibetano de la Vida y de la Muerte”
(Sogyal Rimpoché)

La sabiduría que comprende la ausencia de ego

“A veces me pregunto qué sentiría un habitante de una aldea de Tibet si de pronto lo transportaran a una ciudad moderna con toda su tecnología sofisticada. Seguramente pensaría que había muerto y que se encontraba en el bardo. Contemplaría boquiabierto y sin dar crédito a sus ojos, los aviones que surcan el cielo o cómo una persona habla por teléfono con otra situada en el otro extremo del mundo. Daría por supuesto que estaba viendo milagros. Y, no obstante, todo eso resulta de lo más normal para quién vive en el mundo moderno y ha recibido una educación occidental que explica paso a paso la base científica de esas cosas.

Del mismo modo, en el budismo tibetano hay una educación espiritual básica, normal y elemental, una preparación espiritual completa para el bardo natural de esta vida, que proporciona el vocabulario esencial, el ABC de la mente. Las bases de esta preparación son las llamadas “tres herramientas de sabiduría”: la sabiduría de escuchar y oír; la sabiduría de la contemplación y la reflexión y la sabiduría de la meditación. Por medio de ellas llegamos a despertar de nuevo a nuestra verdadera naturaleza, por medio de ellas ponemos al descubierto y llegamos a encarnar la dicha y la libertad de lo que en realidad somos, lo que llamamos “la sabiduría que comprende la ausencia de ego”.

Imaginad una persona que despierta de pronto en el hospital tras un accidente de circulación y descubre que padece una amnesia total. Por fuera todo está intacto: tiene la misma cara y la misma forma, su mente y sus sentidos funcionan igual que antes, pero no tienen la menor idea ni el menor resto de un recuerdo de quién es en realidad. Exactamente igual que esta persona, somos incapaces de recordar nuestra verdadera identidad, nuestra naturaleza original. Frenéticamente, atrapados por el terror, buscamos a tientas e improvisamos otra identidad, a la que nos aferramos con toda la desesperación de alguien que cae en un abismo sin fondo. Esta identidad falsa y asumida de un modo ignorante es el “ego”.

Así pues, el ego es la carencia de un verdadero conocimiento sobre quiénes somos en realidad, junto con su consecuencia: el inexorable aferramiento, que está condenado al fracaso, a una imagen de nosotros mismos improvisada y hecha de remiendos, un yo inevitablemente camaleónico y charlatán que no cesa de cambiar constantemente para mantener viva la ficción de su existencia. En tibetano, el ego se llama dak dzin, que literalmente significa “aferrarse a un yo”. El ego, por tanto, se define como los incesantes movimientos de aferramiento a una noción ilusoria de “yo” y “mío”, el yo y lo otro, y a todos los conceptos, ideas, deseos y actividades que sostienen este error. Ese aferramiento es inútil desde el principio y está condenado a la frustración, pues carece de toda base o realidad y aquello que pretendemos aferrar es por naturaleza inasible. El hecho mismo de que necesitemos aferrarnos y seguir y seguir aferrados demuestra que en lo profundo de nuestro ser sabemos que el yo carece de existencia inherente. De este conocimiento secreto y perturbador brotan todos nuestros temores e inseguridades fundamentales.

Mientras no desenmascaremos al ego, éste seguirá engatusándonos como un político deshonesto que no cesa de hacer falsas promesas, como un abogado que inventa constantemente justificaciones y mentiras ingeniosas o como un presentador de televisión que habla sin parar, produciendo una corriente permanente de cháchara melosa y huecamente convincente, que en realidad no dice nada en absoluto.

Vidas enteras de ignorancia nos han llevado a identificar la totalidad de nuestro ser con el ego. Su mayor triunfo es persuadirnos para que creamos que sus intereses y conveniencias son los nuestros, e incluso para que identifiquemos nuestra supervivencia con la suya. La ironía es feroz, si consideramos que es precisamente el ego y su aferramiento lo que se halla en la raíz de todo nuestro sufrimiento. Si embargo, el ego es tan convincente y hace tanto tiempo que nos tiene engañados que la sola idea de vivir sin él nos aterroriza. Carecer de ego, nos susurra, es perderse la intensa aventura de ser humano, verse reducido a un robot insípido o un vegetal sin cerebro.

El ego se aprovecha con gran maestría de nuestro miedo fundamental a perder el control y a lo desconocido. Así, podemos decirnos: “En verdad tendría que renunciar al ego, me hace sufrir muchísimo, pero si lo hago, ¿qué va a ser de mí?

Y el ego, persuasivo, argumenta: “Ya sé que a veces soy un estorbo y créeme que comprendo que quieras prescindir de mí. Pero ¿de veras lo deseas? Piénsalo bien: si me voy, ¿qué va a ser de ti? ¿Quién se ocupará de ti? ¿Quién te cuidará y te protegerá como lo he hecho yo todos estos años?

Aunque fuéramos capaces de advertir las mentiras del ego, nos asusta demasiado abandonarlo. Sin un verdadero conocimiento de la naturaleza de nuestra mente, de nuestra verdadera identidad, no tenemos otra alternativa. Una y otra vez nos rendimos a sus exigencias con la misma tristeza y auto desprecio con que el alcohólico acude a la bebida que sabe que lo está destruyendo, o el drogadicto a la droga que, tras un breve rato de euforia, lo dejará rendido y desesperado.”

Hola, acotaré algo porque sin lo que continúa en este impresionante libro, podrías quedarte algo “cabizbajo”. “Lo que no está aquí no está en ninguna parte”… y como a Quien creó todo lo creado no se le olvidó nada, aquí también está la Fuerza que nos ayuda a conquistar el Infinito, la muerte, la separación… obviamente, también podremos juntos y acompañados desde la Luz más alta, desenmascarar al ego.

Importante: Quiero aclarar, que lo que acaban de leer, no fue escrito por mí, fue escrito " desde otro jardín"...

Le agradezco mucho a Elsa que me ha permitido publicarlo. Es de su autoría, y me llegó a través de un amigo en común, Fernando, a él también un abrazo fuerte y muchas gracias por compartilo en mi jardín...

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