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martes, 9 de febrero de 2010

Para comprender la lección: La magia sólo podrá retornar con el regreso de la inocencia ....



La inocencia es nuestro estado natural, antes de quedar oculto detrás de nuestra imagen de nosotros mismos.

Cuando nos miramos, incluso con la intención de ser totalmente sinceros, vemos una imagen construida a través de los años, de capas complejamente entretejidas. Las líneas y arrugas que surcan nuestro rostro cuentan la historia de alegrías y tristezas pasadas, triunfos y derrotas, ideales y experiencias. Es casi imposible ver algo distinto en él.
El mago se ve a sí mismo donde quiera que mire porque su vista es inocente. No está nublada por los juicios, los rótulos y las definiciones. El mago sabe de todas maneras que tiene ego e imagen de sí mismo, pero no se deja distraer por esas cosas. Las ve contra el telón de la totalidad, el contexto completo de la vida.
El ego es el "yo"; es nuestro punto de vista singular. En la inocencia, ese punto de vista es puro, como un lente transparente. Pero sin la inocencia, el foco del ego se distorsiona notablemente. Cuando creemos conocer algo - incluidos nosotros mismos -, en realidad estamos viendo nuestros propios juicios y rótulos. Las palabras más simples que utilizamos para describimos unos a otros - amigo, familia, extraño - están cargadas de juicios. La brecha enorme de significado que separa al amigo del extraño, por ejemplo, está llena de interpretaciones. Al amigo se le trata de una forma, al enemigo de otra. Aunque no traigamos nuestros juicios a la superficie, ellos nublan nuestra visión como el polvo que oscurece un lente.
Al no tener rótulos para nada, el mago ve las cosas siempre nuevas. Para él el lente está limpio, de manera que el mundo resplandece de novedad. En todo escucha la misma canción sutil: "Contémplate". A Dios se lo podría definir como alguien que al mirar a su alrededor sólo se ve a si mismo - o misma - en todas las direcciones; en la medida en que fuimos creados a su imagen y semejanza, nuestro mundo también es un espejo.
A los mortales les pareció muy extraño este punto de vista mágico, porque tenían su interés puesto en una dirección totalmente diferente. Quedaron fascinados ante las cosas que vieron afuera, y desearon ponerles nombre y utilizarlas. Era preciso dar un nombre a todas las aves y los animales. Era preciso cultivar las plantas para obtener alimento o placer. Las tierras estaban allí para ser exploradas y conquistadas.
Merlín no mostró mayor interés en todo eso. Los magos a veces desconocen los nombres de las cosas más comunes, como roble, ciervo o las constelaciones. Sin embargo, un mago podría pasar horas mirando el tronco retorcido del roble, a un ciervo pastando o el cielo estrellado, y en cada momento de su contemplación estaría totalmente absorto.
Los mortales quisieron participar de esa forma de arrobamiento. Cuando preguntaron el secreto para mirar al mundo con nuevos ojos, con deleite, Merlín les contestó: "Ustedes han perdido la inocencia. Como le han dado nombre a las cosas, ya no ven las cosas sino sus rótulos". Eso era bastante fácil de ilustrar. Cuando dos caballeros que no se conocían se encontraban en el bosque, inmediatamente buscaban el emblema o pendón que les permitiera saber si se hallaban frente a un amigo o a un enemigo. Tan pronto como veían la insignia, podían actuar, pero no antes. El amigo podía ser abrazado, invitado a compartir el banquete y animado a contar sus historias. El enemigo solamente podía ser atacado.
Merlín decía que esta obsesión por denominar las cosas es la actividad de la mente, pura y simple. La mente no puede reaccionar si no hay rótulo. Todos llevamos millones de rótulos en la cabeza y la mente es capaz de consultarlos a una velocidad asombrosa. La velocidad de la mente es sorprendente, pero no nos salva del estancamiento. Todo aquello en lo que podemos pensar ya lo hemos experimentado, y todo aquello que hemos experimentado puede llegar a cansarnos. "¿Se preguntan por qué no pueden contemplar un roble o un venado o una estrella durante más de un minuto?" decía. "Puedo oír la queja de sus mentes: '¡Que aburrimiento, es lo mismo de antes!' Y ahí van, ansiosos de encontrar algo nuevo.
"No veo dónde está el problema", le dijo un día uno de los ancianos de la aldea. "El mundo es grande y la naturaleza está llena de aspectos y transformaciones fascinantes".
"Eso es muy cierto", reconoció Merlín, "pero según ese argumento, nada debería ser viejo y aburrido. Nadie niega la infinidad de cosas que existen allá afuera. Pero los mortales se quejan constantemente del aburrimiento, ¿no es así?" El anciano asintió. "Sin embargo, has pronunciado la palabra acertada", continuó Merlín. "Transformación. Pero es tu propio yo el que debe estar en constante transformación. No puedes traer al mundo a tu viejo yo y pretender ver un mundo enteramente nuevo".
El mago nunca ve la misma cosa de la misma manera dos veces. Así, cuando observa en el bosque, no está absorto tanto en la vista del ciervo como en alguna nueva faceta de su ser: su suavidad, gracia, timidez o delicadeza.
Cuando el ojo se renueva, cualquiera puede ver esas cualidades; éstas se abren como los pétalos de una rosa. Es preciso tener paciencia, pero vale la pena esperar. La inocencia es la única flor que existe. Jamás se marchita y, por lo tanto, tampoco el mundo.

De "El Sendero del Mago" por Deepak Chopra.

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