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jueves, 11 de febrero de 2010

Para vivir la lección: La magia sólo podrá retornar con el regreso de la inocencia....


Cuanto termine de leer la lección, dedique unos momentos a tratar de recuperar un toque de inocencia. Es más fácil de lo que imagina. Lo primero que debe saber es qué no debe hacer. No juzgue su estado actual. Es probable que esté cansado o deprimido, o que sienta la necesidad de desfogar gran cantidad de ira, temor o culpa. Olvide todo eso por un momento, porque la inocencia, como enseña Merlín, está más allá de la mente.
Sólo mire esta lista de palabras:

Pesado
Liviano
Negro
Blanco
Sol
Luna

Tomando cada una de esas palabras separadamente, experimente esas cualidades. No importa si usted es el tipo de persona que trae a la mente imágenes en lugar de sentimientos, o conceptos en lugar de objetos concretos. Todos los sistemas sirven. ¿Se dio cuenta de que a la mente le es imposible evitar tener alguna sensación de peso, liviandad, blanco, negro, etc.? De hecho, ni siquiera pudo leer las palabras sin generar por lo menos un leve sabor de cada cualidad.

Para que estas cualidades existan se necesita de su participación. Si usted participa de manera inocente, las cualidades se presentarán nuevas, renovadas. Así es como ve el pintor. Mira una cesta de frutas, un barco, una nube, pero en lugar de ser receptor pasivo de todas esas cosas, las crea a través de su visión. Las dota de su propio espíritu.

Y lo mismo hacemos todos, hasta en el acto más simple de ver una cosa ordinaria. Esta experiencia demuestra que la inocencia no se pierde, solamente se oculta. El secreto para ver con inocencia es mirar desde un nuevo punto de vista, uno que no esté condicionado por lo que se espera ver.

"Si realmente pudieras ver ese árbol que está allá", dijo Merlín, "te caerías del asombro". "¿En serio? Pero, ¿por qué?", preguntó Arturo. "Es sólo un árbol". "No", dijo Merlín. "Es sólo un árbol en tu mente. Para otra mente es una expresión de espíritu y belleza infinitos. En la mente de Dios es un hijo querido, más dulce que cualquier cosa que puedas imaginar".

Mientras la mente pueda registrar el color, la luz, la densidad y la sensación del mundo, se estará percibiendo a sí misma. La palabra pesado o blanco, crea una sensación dentro de nosotros que le pertenece sólo a cada uno. No existen la pesadez ni la blancura "allá afuera" sin que las percibamos; no existen la vista, el oído, el tacto, el gusto o el olfato sino como una chispa pequeña de la consciencia. Enviemos una cámara a la Luna para tomar fotografías de todos los cráteres y valles, y traigámosla de regreso a la Tierra. Si no hay un ser humano que vea la fotografía, no hay imagen, solamente agentes químicos que han reaccionado a una disposición momentánea de los fotones. La película estará tan muerta como la Luna misma. Merlín diría que si no hay quien mire la imagen de la Luna, tampoco hay Luna.

Por lo tanto, es de vital importancia ver el mundo inocentemente, porque es la única forma como adquiere vida. El ojo imprime vida a todo lo que ve. Detrás de cada molécula de existencia deben estar la consciencia y la inteligencia; de lo contrarío, el universo sería un torbellino aleatorio de gases inertes y estrellas muertas, un vacío penando por recibir la semilla del nacimiento. Sin la inteligencia no hay vida, solamente actividad. Cada mirada que echamos por la ventana pone la semilla de la vida en la creación. Por esa razón Merlín tomaba tan en serio su tarea de observar los robles, los ciervos y las estrellas. No deseaba que murieran; amaba la vida.

Esta lección se resume diciendo: "Mira con inocencia y serás dador de vida". Ése es el credo mágico al cual se atenía Merlín. A los mortales les era difícil comprender algo tan simple porque iba en contra de su prejuicio más hondo, a saber: "El mundo es primero y después soy yo". Pero nosotros mismos no estaríamos vivos de no ser porque algún ser inocente nos vio primero. Ése fue el acto que plantó la semilla de todo el universo, y fue un acto de amor. Conoceremos nuevamente nuestra inocencia cuando veamos el amor que palpita en cada brizna de la creación.


Deepak Chopra. De "El sendero del Mago"

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