Muchas personas consumen su vida entera buscando la felicidad sin encontrarla nunca, simplemente porque no miran en el lugar adecuado. Nunca podrás ver una puesta de sol si estás mirando hacia el Este y nunca encontrarás la felicidad si la buscas entre las cosas de afuera. El tallador de piedras nos enseña que la felicidad no depende de lo que cambies en tu vida... Sino de lo que tú lleves dentro. Tú eres el arquitecto de tú propio destino. Todo depende del cristal a través del cual se miren los hechos y las cosas. Siempre depende de nosotros, de cómo lo ven nuestros ojos y de un regalo de Dios: La libre elección.
En un país lejano, había un hombre que cortaba y tallaba rocas para hacer lápidas. No se sentía feliz con su trabajo; pensaba que le gustaría ser otra persona y tener una posición social distinta.
Un día pasó por delante de la casa de un comerciante muy rico y vio las posesiones que éste tenía y lo respetado que era en la ciudad. El tallador de piedras sintió envidia del comerciante y pensó que le gustaría ser exactamente como él, en lugar de tener que estar todo el día trabajando la roca con el martillo y el cincel. Dios le concedió este deseo y de este modo se halló de pronto convertido en un poderoso comerciante, disponiendo de más lujos y más poder de los que nunca había podido siquiera soñar. Pero al mismo tiempo, era también envidiado y despreciado por los pobres y tenía igualmente más enemigos de los que nunca soñó.
Un día vio a un importante funcionario del gobierno que era transportado por sus siervos y rodeado de gran cantidad de soldados. Todos se inclinaban ante él. Sin duda era el personaje más poderoso y más respetado de todo el reino. El tallador de lápidas, que ahora era comerciante, deseó ser como aquel alto funcionario, tener abundantes siervos y soldados que lo protegieran y disponer de más poder que nadie.
Dios de nuevo le concedió su deseo y de pronto se convirtió en el importante funcionario, el hombre más poderoso de todo el reino, ante quien todos se inclinaban. Pero el funcionario era también la persona más temida y más odiada de todo el reino y precisamente por ello necesitaba tal cantidad de soldados para que lo protegieran. Mientras tanto el calor del sol le hacía sentirse incómodo y pesado. Entonces miró hacia arriba, viendo al sol que brillaba en pleno cielo azul y dijo: “¡Qué poderoso es el sol! ¡Cómo me gustaría ser el sol!”. Antes de haber terminado de pronunciar la frase se había ya convertido en el sol, iluminando toda la tierra. Pero pronto surgió una gran nube negra, que poco a poco fue tapando al sol e impidiendo el paso de sus rayos. “¡Que poderosa es esa nube! – Pensó – ¡cómo me gustaría ser como ella!” Rápidamente se convirtió en la nube, anulando los rayos del sol y dejando caer su lluvia sobre los pueblos y los campos. Pero luego vino un fuerte viento y comenzó a desplazar y a disipar la nube. “Me gustaría ser tan poderoso como el viento,” pensó, y automáticamente se convirtió en el viento.
Pero aunque el viento podía arrancar árboles de raíz y destruir pueblos enteros, nada podía contra una gran roca que había allí cerca. La roca se levantaba imponente, resistiendo inmóvil y tranquila a la fuerza del viento. “¡Qué potente es esa roca!” – Pensó – “¡cómo me gustaría ser tan poderoso como ella!” Entonces Dios lo convirtió en la roca, que resistía inamovible al viento más huracanado. Finalmente era feliz, pues disponía de la fuerza más poderosa existente sobre la tierra.
Pero de pronto oyó un ruido. Clic, Clic, Clic. Un martillo golpeaba a un cincel, y éste arrancaba un trozo de roca tras otro. “¿Quién podría ser más poderoso que yo?”, pensó, y mirando hacia abajo de la poderosa roca; vio al hombre que hacía lápidas...
Adam J. Jackson
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